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Publicado el: 08/10/2022

¿Coronavirus, arma biológica o cuento chino?


OPINIÓN | María Fernanda Egas.
En el año 2010 fue publicado en el Journal of General Virology el estudio denominado “Diversidad Intraespecies del SARS como los coronavirus en Rhinolophus sinicus y sus implicaciones en el origen de los coronavirus SARS en humanos”. No debería llamar la atención en la mar de investigaciones científicas publicadas de no ser porque al menos uno de sus autores, el doctor Peng Zhou, fuera luego reclutado por el Instituto de Virología de Wuhan.

En toda su carrera, Zhou, quien habría sido una víctima del brote del SARS en 2003, ha concentrado su línea de trabajo en los coronavirus y los murciélagos como el de la especie Rhinolophus sinicus, muy común en China, al que se le atribuye cargar el ancestro del síndrome de enfermedad respiratoria aguda, SARS, y sus variantes. Esta es la especie de murciélago que se supone estaría a la venta en un mercado en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, y a la que de acuerdo a las autoridades chinas, le deberíamos que hoy hayan muerto más de 212 mil personas desde diciembre del 2019 hasta finales de abril del 2020.

Lo que ha despertado la atención mundial es que el laboratorio nivel 4 del Instituto de Virología de Wuhan se encuentre a pocos kilómetros del mercado, en el que ahora se duda que se vendan los susodichos murciélagos pero que sí son utilizados en varios estudios de laboratorio como en los que se había observado que las enfermedades en murciélagos pueden transmitirse rápidamente en humanos y que son capaces de infectar al huésped sin inducir enfermedades obvias.

Nada ha dicho la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre que el régimen liderado por el Partido Comunista Chino haya tardado un mes desde el brote en diciembre en alertar a la comunidad mundial. Ni que haya permitido que el virus viajara desde Wuhan hacia el mundo en cuestión de horas. Ni que haya censurado y perseguido al oftalmólogo Li Wenliang, quien alertó a sus colegas sobre el surgimiento de un virus similar al SARS y se habría contagiado mortalmente en enero. Tampoco le ha parecido extraño que se encuentre desaparecido el periodista Chen Qiushi, quien hasta el 4 de febrero difundió vídeos de las afueras de un hospital de Wuhan y cuya última declaración antes de desaparecer fueron “Perseveraré…No tengo miedo a morir. Creen que les temo, Partido Comunista Chino?”. Tampoco se sabe del destino del comerciante chino Fang Bin, detenido por colgar en redes vídeos de gente desfalleciendo y cuerpos en bolsas dentro de los hospitales.

La OMS, en cambio, sí se apresuró a afirmar al mundo, el 14 de enero de 2020, que “investigaciones preliminares conducidas por las autoridades Chinas no han encontrado evidencia clara de transmisión persona a persona del nuevo coronavirus, identificado en Wuhan, China”.

Es razonable que Tedros Adhanom, director de la OMS, habiendo ido a China el 26 de enero de 2020 haya quedado tan bien impresionado del “liderazgo presidencial, de su transparencia y compromiso de proteger a la población mundial”, y de que haya sentado “un nuevo estándar de respuesta al brote epidémico”, asegurando a la comunidad científica el 30 de enero de 2020 que el Partido Comunista Chino ayudó a contener efectivamente la pandemia mundial?

Para ser elegido director de la Organización Mundial de la Salud desde 2017, el microbiólogo Tedros Adhanom recibió todo el respaldo de China, inclusive sus maniobras tras bastidores para derrotar a su contrincante inglés. Tedros Adhanom fue Ministro de Salud en Etiopía, y desde entonces se lo recuerda por haber desalentado la cobertura periodística de las epidemias de cólera y facilitado su encubrimiento oficial.

Así, en manos de un incondicional de China, la OMS tardó hasta el 30 de enero de 2020 en admitir que el coronavirus se contagia de persona a persona. Inmediatamente, Estados Unidos decretó una prohibición de viajes relacionados a China mientras una donación a China de 18 toneladas de máscaras, equipos de protección y ventiladores estaba en camino.

El 2 de febrero de 2020, cuando el régimen asiático había cancelado las celebraciones del Año Nuevo Lunar Chino, en Nueva York aún ni soñaban con lo que vendría. La Comisionada de Salud Oxiris Barbot aseguró públicamente que el riesgo para los ciudadanos de contraer el coronavirus era bajo, e instó a los habitantes de la Gran Manzana a no evitar el uso del transporte subterráneo ni a cambiar sus planes en la ciudad por causa del coronavirus. Un mes después, el alcalde Di Blasio mantuvo la misma recomendación.

Hoy sabemos gracias a un estudio de la Northeastern University, que el virus de Wuhan ya circulaba en las calles de New York a comienzos de febrero. El silencio del Partido Comunista Chino y de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a la naturaleza del virus originado en Wuhan fue propicio. La tragedia del estado de New York es inconmensurable: al menos 17.000 muertes antes de acabar el mes de abril, y al menos 55 mil fallecidos en los Estados Unidos. No hay lugar del mundo sin coronavirus, no existe tratamiento ni vacuna disponible, no hay excepción de raza, género ni edad. Sus síntomas no siguen un patrón estricto, son disímiles y sus formas de contagio fueron tan subrepticias y eficientes que a mediados de marzo fue declarada la pandemia mundial.

Mientras los médicos en Italia narraban trémulas escenas de cientos de vidas perdidas a diario por el virus, la OMS aseguraba, como hasta ahora, que el uso extendido de las mascarillas por parte de personas sanas dentro de una misma comunidad “no está avalado por la evidencia científica actual”. Mascarillas y tests chinos han sido considerados defectuosos y retirados de los hospitales en países de la Comunidad Europea como España, en donde se estima que habrían más de 23.5 mil fallecidos por coronavirus. Alemania, que también recibió 11 millones de mascarillas defectuosas chinas, obliga a usar este tipo de protección en lugares públicos, al igual que todos los países que empezaron a observar la recomendación de principios de abril del Centro de Control de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos basada en la evidencia de la capacidad de contagio de los asintomáticos y pre-sintomáticos.

Sin embargo, el uso de mascarillas fue desde el inicio implementado en los países asiáticos donde se han enfrentado anteriormente a los virus respiratorios como el SARS y el MERS, e incluso la diplomacia china de las mascarillas las ha donado, en lo que se asemeja más a una campaña mundial de control de daños que de posicionamiento.

¿A quiénes protege la OMS negando el beneficio de las mascarillas? Si China no está en capacidad de proveer a su pueblo y al mundo al mismo tiempo, o si preferirían que el resto del mundo no contara con protección para disminuir el contagio agresivo del coronavirus, es la discusión que con tal negativa el director Tedros Ahdanom impide iniciar. Al igual que regímenes totalitarios como el chino no admiten el mínimo espacio de discusión.

En los tres meses que van de la pandemia del virus en Wuhan, más de 20 millones de usuarios de telefonía celular han sido desactivados, que en su mayoría podrían corresponder a ciudadanos chinos vigilados por el estado y cuya indignación por el ocultamiento oficial de la epidemia también se apagó súbitamente. Preocupa, además, que 840 mil líneas de telefonía fija hayan sido dadas de baja.

El máximo líder chino Xi Jinping es un ingeniero químico hijo de un veterano miembro del Partido Comunista. Desde 2012 dirige las riendas del país más poblado del mundo, con 1.400 millones de habitantes, la superpotencia económica que representa el 16% del mercado mundial y que ha fortalecido su posición en el mundo gracias al superávit de sus exportaciones inundando los mercados, principalmente el de Estados Unidos.

Fueron esas ganancias extraordinarias que permitieron que China pudiera salir de compras por el mundo, adquirir en la última década grandes cadenas de negocios y servicios americanos por miles de millones de dólares, como los cines AMC del Wanda Group; Smithfield Foods; Hotel Waldorf Astoria; una división de General Electric Appliances, entre otras empresas insignes americanas como General Motors y tecnológicas como Nexen, IBM, Ingram Micro, Motorola. Grandes industrias de origen estadounidense abandonaron la producción en suelo americano y pasaron a fabricar en China por beneficiarse de una mano de obra barata.

Con su modelo de capitalismo de estado, China ha logrado dominar comercialmente al mundo. Solo la Unión Europea mantiene un déficit comercial con China de cerca de 185 mil millones de dólares. Y en 34 países africanos China ha invertido en recursos naturales 21 mil millones de dólares, de los cuales 15 mil millones estarían en Argelia y Etiopía, el país del director de la OMS, Tedros Adhanom.

Desde el 2005 China emprendió una agresiva estrategia para garantizarse recursos energéticos y asegurar mercados en América Latina. Esta coincidió con una gran presencia de regímenes populistas de izquierda en América Latina que rechazan los organismos multilaterales de crédito como el FM y el Banco Mundial, y encontraron en China a un prestamista que no condicionaba su manejo económico ni interfería en su política interna. En la región tendría al menos 35 proyectos de energía por 97 mil millones de dólares; 29 proyectos de infraestructura por 28 mil millones de dólares, otros 25 proyectos que incluyen minería y superarían los 18 mil millones de dólares, entre los cuales constan el litio boliviano para uso en celulares y autos eléctricos, y el control del 33% de las minas de cobre en Perú.

Sus mayores inversiones han sido en Venezuela, con 67 mil millones y donde se ha asegurado participación en la riquísima Faja Petrolera del Orinoco; Brasil, con 28 mil millones y donde Sinopec es accionista de Repsol Brasil y prestamista de Petrobras; Ecuador, con 18.400 millones en inversiones en proyectos energéticos, y Argentina, con 17 mil millones, de los cuales 3 mil millones fueron la inversión de la China National Offshore Oil Corporation en el 50% de las acciones de Bridas Corp.

Los nuevos amigos de China fascinados con su gran poderío económico no cuestionaron sus violaciones a los Derechos Humanos. Estados Unidos había finalmente sancionado a cuatro empresas de tecnología china a cuenta de violaciones a los DDHH y recientemente avanzaba en negociaciones que disminuyeran el déficit de la balanza comercial. El presidente Trump había logrado algunas victorias pero quedaban aún pendientes dos temas existenciales para ambas naciones: la tecnología 5G desarrollada por China y los litigios de propiedad intelectual que le reclama Estados Unidos.

La tensión por el 5G que proporciona Huawei había llegado en enero al punto de que Estados Unidos condicionara no compartir información de inteligencia con la Unión Europea, exponiendo el riesgo de que China ampliaría al mundo el estado de vigilancia y represión que practica domésticamente en el que la tecnología juega un papel central. Se cree que puede utilizar la información genética, cámaras de reconocimiento facial y la inteligencia artificial para pulir sus objetivos de control social y lograr una sociedad sin capacidad de disentir. El Reino Unido, donde China tiene una inversión superior a los 24 mil millones de dólares, no pudo negarse a implementar la tecnología 5G con la que por primera vez China lleva la delantera, y ha asegurado a Estados Unidos que solo lo hará en partes que no comprometen su seguridad. China había amenazado con retaliación económica a los países que prohibieran sus equipos tecnológicos que le permitirían dominar el mercado global 5G.

El otro conflicto es la próxima elección del director de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual en septiembre, y cuyo liderazgo también está en la mira de China. El régimen chino ha propuesto una candidata formada en prestigiosas universidades americanas para dirigir la organización. Estados Unidos ha preferido apoyar al candidato de Singapur, y China ha reclamado la presión de la Casa Blanca a sus aliados porque esta agencia no sea acaparada por el Partido Comunista Chino que ve en la propiedad intelectual una barrera comercial a derribar.

La influencia mundial de China es profunda. Con una inversión de China en Francia por 12 mil millones de dólares, los galos asesoraron la construcción del laboratorio de nivel 4 del Instituto de Virología de Wuhan inaugurado en el 2018, orientado a la creación de antivirales y vacunas. Y en un abrir y cerrar de ojos, una potencia mundial como los Estados Unidos ha caído en cuenta de que ya no produce insumos básicos como antibióticos ni equipos de protección, y que para salvar a su población de un virus originado en China, dependía de China.

El Presidente Trump confirmó a finales de abril que su país ha sido atacado, y aseguró que están llevando adelante las investigaciones pertinentes. Y su administración ha reconocido que todas las instituciones científicas americanas que trabajan arduamente para encontrar un tratamiento y vacuna contra el coronavirus se encuentran hoy bajo ataque cibernético.

El costo de beneficiarse del dinero fácil del Partido Comunista Chino ha sido demasiado alto. Quizás si se hubiese cuestionado su régimen de partido único, sus constantes violaciones a los Derechos Humanos como la vigilancia masiva, la falta de libertades políticas y de libertad de prensa, la persecución étnica y de minorías religiosas, los centros de reeducación ideológica o los desplazamientos forzados, este voraz y enigmático síndrome respiratorio no estaría causando que en las hospitales se vivan episodios nunca antes vistos, en los que personas que entran por su cuenta caminando y hablando estén en cuestión de minutos conectadas a un respirador. Y que hasta ahora no sepamos qué otros efectos a largo plazo pueda tener. Una horrible pesadilla ha dejado de ser ciencia ficción. `



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