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Publicado el: 12/20/2019

Los artículos del impeachment

Los artículos del impeachment

Por: César Vidal.

Desde hace décadas, tengo la costumbre de no opinar sobre nada que no haya examinado de manera completa y rigurosa. Sé que, lamentablemente, los medios están llenos de gente que lanza sus juicios sobre sentencias que no ha leído, sobre tratados que no ha examinado y sobre documentos sobre los que no ha paseado la vista ni ligeramente. Sin embargo, esa circunstancia, lejos de parecerme recomendable, me resulta inquietante porque, a fin de cuentas, a la gente se le sirve una mercancía cocinada que deglute sin el menor espíritu crítico y limitándose a repetir lo que otros han dicho o escrito. Precisamente por ello, no he querido emitir opinión alguna sobre el documento presentado por los congresistas del partido demócrata presentaron titulado ‘Constitutional Grounds for Presidential Impeachment’ donde se recogen las supuestas bases constitucionales para el impeachment presidencial. Debo confesar que todavía me estoy reponiendo de la inmensa vergüenza ajena que me ha provocado la lectura del texto.

Como es sabido, la primera razón para impulsar el impeachment es el supuesto abuso de poder perpetrado por Trump al presionar, presuntamente, a Ucrania para que investigara la corrupción de Joe Biden en favor de su hijo que trabajaba para una empresa investigada por corrupción. La segunda razón es la supuesta obstrucción al congreso.

Hasta ahí el enunciado porque, de manera bien llamativa, el texto carece de un mínimo de bases jurídicas y fácticas y, a la vez, rezuma de interpretaciones históricas considerablemente discutibles. Permítanme darles algunos ejemplos para que el lector se haga su propia idea.

Por ejemplo, en la página 32, el citado documento de los congresistas demócratas se refiere a que “muchos funcionarios fueron destituidos por acciones erróneas no criminales contra el sistema británico de gobierno”. Acto seguido el texto menciona “al duque de Buckingham (1626), al conde de Strafford (1640), al lord alcalde de Londres (1642), al conde de Orford y al gobernador General Warren Hastings (1787)”. Hay que reconocer que el citado argumento resulta cuando menos llamativo por referirse a precedentes ingleses de los siglos XVII y XVIII y además precedentes que no implican la comisión de un delito. En otras palabras, los demócratas defienden la tesis de que hay que destituir a un presidente de los Estados Unidos sin que haya realizado acción ilegal alguna y simplemente sobre la base de destituciones de ese tipo que recayeron sobre funcionarios ingleses de los siglos XVII y XVIII. Debe reconocerse que, como argumento jurídico, no deja de ser bastante poco sólido por no decir abiertamente disparatado.

Ese intento de los demócratas de destituir a Trump sin base legal se intenta sustanciar con supuestos razonamientos de doctrina jurídica como una cita del juez del tribunal supremo Joseph Story – fallecido en 1845 – al que se menciona varias veces y del que se reproduce dos veces la siguiente afirmación : las ofensas acreedoras al impeachment “son de un carácter tan variado y complejo, tan profundamente imposibles de ser definidas o clasificadas, que la tarea de una legislación positiva sería impracticable, si es que no fuera casi absurdo intentarlo”.

En el documento presentado por los demócratas, la cita del juez Story es seguida por la afirmación de que “el congreso nunca, en ninguna investigación o procedimiento de impeachment, ha adoptado una definición de “graves crímenes y delitos” o un catálogo de ofensas que son dignas de impeachment. La conclusión que se desprende es que, en realidad, el congreso puede impulsar el impeachment del presidente sin ajustarse a ninguna regla o catálogo de cargos concretos y sólo por el deseo de la mayoría demócrata.

Jurídicamente la afirmación es un dislate, pero, por encima de todo, resulta absolutamente peligrosa y pone en peligro el contenido de la constitución. De aceptarse, permitiría acabar con la división de poderes existente y además hacerlo por puro capricho de la mayoría legislativa, algo propio de los sistemas parlamentarios, pero, específicamente, excluido por el sistema político de los Estados Unidos.

Para colmo, para cualquiera que desconozca la Historia de Estados Unidos, la redacción del documento demócrata podría dar la sensación de que el procedimiento de impeachment es muy habitual, como podría serlo, de nuevo, en un sistema parlamentario donde la variación de la mayoría legislativa permite provocar la caída del ejecutivo. Sin embargo, la realidad es que, a lo largo de siglos, en Estados Unidos, sólo se ha seguido en dos ocasiones, la primera contra Andrew Johnson en el siglo XIX y la segunda contra Bill Clinton en el siglo XX – Nixon dimitió antes – y en ninguno de los dos casos concluyó con éxito precisamente por la peculiaridad del sistema constitucional americano.

Esta circunstancia no parece que haya escapado a los redactores del documento porque, en su intento por justificar un impeachment sin delito alguno y con una más que discutible base fáctica, el texto sigue afirmando que “aunque el presidente Nixon dimitió antes de que el congreso pudiera considerar los artículos de impeachment contra él, las alegaciones del comité judicial incluyeron muchos actos no-criminales”.

No sorprende que con una falta de base legal tan escandalosa para iniciar el impeachment de Trump, los autores del documento hayan optado por acumular un conjunto de citas que, ciertamente, no apoyan semejante conducta, pero que, supuestamente, la justifican. Aquí es donde el autor de estas líneas confiesa que sufrió algunos de los peores accesos de bochorno. Por ejemplo, el documento cita a Alexander Hamilton que afirmó que mientras que “el rey de Gran Bretaña es sagrado e inviolable”, el presidente de Estados Unidos puede ser sometido a impeachment, juzgado y sobre la base de una condena… retirado de sus funciones”. Se trata de una afirmación aceptable, pero tiene un problema para los demócratas y es que no implica ni de lejos que Trump esté en esa situación. Por utilizar una ilustración sencilla de comprender: yo puedo manifestar mi aversión al delito de robo y tendré toda la razón al hacerlo, pero de ahí a demostrar que mi vecino lo ha perpetrado en el jardín de mi casa media un verdadero abismo.

Esta clamorosa ausencia de base legal para impulsar el impeachment contra Trump, ausencia que se intenta ocultar recurriendo a la Historia, llega a una verdadera cima cuando se cuenta que el rey Luis XVI de Francia quiso regalar al embajador norteamericano Benjamin Franklin una caja de rapé que tenía cuatrocientos ocho diamantes lo que llevó al congreso a adoptar la clausula de emolumentos extranjeros que prohíbe a los presidentes y a otros funcionarios federales aceptar cualquier presente, emolumento, oficio o título de cualquier caso de cualquier rey, príncipe o estado extranjero sin el consentimiento del congreso”.

La historia de Luis XVI, un monarca francés de finales del siglo XVIII, tiene su interés histórico, sin duda, pero más allá de la insistencia de los demócratas por presentar a Trump como un monarca y así colocarlo bajo una luz negativa ante la opinión pública no fortalece en ningún sentido sus posiciones. De hecho, afirmar que las investigaciones que pudieran llevar a cabo las autoridades ucranianas sobre Joe Biden son un equivalente a la caja de rape de Luis XVI exige un enorme, casi imposible, ejercicio de imaginación. Por añadidura, las autoridades ucranianas, comenzando por su propio presidente, han negado que tal circunstancia se corresponda con la realidad.

No menos llamativo resulta que el documento de los demócratas cite al abogado americano William Rawle que, en 1829, escribió que el impeachment debía ser reservado para hombres que puedan “producir los desastres más serios”. Quizá sea ésta la única cita en la que se puede dar la razón a los demócratas porque no cabe la menor duda de que Trump les puede ocasionar un desastre considerable si gana la reelección el próximo año. Con todo, no parece que la posibilidad de ganar una reelección y el impacto negativo que eso tenga en el partido adversario fuera aquello a los que se refirió hace casi dos siglos William Rawle.

Por si todo lo anterior fuera poco – reitero que sólo cito algunos botones de muestra – en paralelo a la presentación del documento, la madre del hijo de Tab Biden, el hijo de Joe Biden, ha exigido públicamente que éste revele el dinero que recibía de una empresa china y de Burisma, la compañía ucraniana investigada por corrupción. De todos es sabido que Tab no quiso reconocer a su hijo y sólo unas recientes prueba de ADN lo han obligado a hacerlo.

Lógicamente, la madre del nieto de Joe Biden está más que interesada en que se determinen los ingresos del padre de la criatura con vistas a una pensión de alimentos. Aquí entran de lleno los trabajos en Ucrania – y China – que consiguió cuando Joe Biden era vicepresidente sin que ni a padre ni a hijo les importara lo más mínimo el sangrante conflicto de intereses. De hecho, como también es sabido por que está grabado en video, según propia confesión de Joe Biden, éste retuvo ayuda destinada a Ucrania hasta que fue destituido el fiscal ucraniano que investigaba la compañía en que trabajaba su hijo Tab Biden.

Se mire como se mire, lo cierto es que, finalmente, los demócratas del congreso han presentado los cargos contra el presidente Trump para conseguir su impeachment y debe decirse que el resultado es profundamente decepcionante. Por un lado, señalan que Trump abusó de su poder al presionar al presidente de Ucrania para que investigara la corrupción de Biden y, por otro, indican que obstruyó la labor del congreso. Ambas acusaciones no cuentan con ninguna base ni fáctica ni legal. En primer lugar, las propias autoridades ucranianas han negado públicamente que existiera esa presión por parte de Trump, pero lo cierto es que el presidente, utilizando su poder ejecutivo, podría haberlas instado a investigar la conducta presuntamente corrupta de un ciudadano americano. En segundo lugar, calificar de obstrucción al congreso el no prestarse a las maniobras de los demócratas constituye un verdadero sarcasmo.

Que no existe la menor base legal para el procedimiento de impeachment es algo – me temo – de lo que los demócratas son conscientes hasta tal punto que buena parte de su informe intenta justificar el impeachment con argumentos tan endebles como el regalo de Luis XVI a Benjamin Franklin o la idea de que cualquier acción, aunque no sea ilegal, puede justificarlo.

Para colmo, en el aire queda la realidad de que Joe Biden, vicepresidente con Obama, según confesión propia, sí que forzó la destitución del fiscal ucraniano que investigaba la empresa corrupta en que trabajaba su hijo y que además ha estado involucrado en algún episodio similar de conflicto de intereses también protagonizado por su hijo, pero situado en China. No resulta poco inconveniente para un candidato demócrata que tiene una mínima posibilidad de enfrentarse con Trump.

No cuesta mucho ver que lo que el partido demócrata persigue no es que se haga justicia o que las instituciones funcionen. Lo que persigue es cubrir su propia corrupción y evitar, a cualquier coste, una derrota electoral el año que viene. Ésa es una de las razones por las que ha iniciado el procedimiento de impeachment contra Trump y no parece importarle lo más mínimo que no exista base alguna para ello, que se pisotee la verdad, que se oculte la corrupción de Biden o que incluso se insulte la inteligencia de cualquiera que se informe mínimamente.

Imagino que mucha gente resolverá esta situación con un “¡¡así son los demócratas!!” y ahí es donde tengo que manifestar mi discrepancia a la vez que indico la segunda causa que se oculta tras el procedimiento de impeachment contra Trump. A lo largo de su dilatada Historia – es el partido más antiguo de los Estados Unidos – los demócratas han constituido un pilar sólido del sistema y han realizado aportes de extraordinaria relevancia. No sólo eso. Me atrevería a decir que la idea de un partido que defienda al hombre corriente, al ciudadano de la calle, es especialmente necesaria a día de hoy. Sin embargo, el partido demócrata lleva años alejándose de esa más que necesaria misión histórica. En primer lugar, del partido del ciudadano corriente ha pasado a convertirse en el partido de minorías a las que pretende privilegiar y que van, entre otros, de los negros a los hispanos y de las feministas a los gays. Puedo comprender que determinados lobbies negros, gays, hispanos o feministas se sientan identificados con los demócratas. No veo, sin embargo, razones para que la inmensa mayoría de los habitantes de los Estados Unidos pueda hacerlo.

En segundo lugar – y aquí se encuentra la segunda razón del procedimiento del impeachment – el partido demócrata va camino de convertirse en un partido abiertamente socialista y no meramente socialdemócrata. No se trata sólo de que las posiciones de la denominada Squad encajen en ese modelo. Se trata de que la aplastante mayoría de los candidatos demócratas a la nominación para las elecciones presidenciales son socialistas. Se podrá alegar que no lo es Joe Biden, pero lo cierto es que Bernie Sanders – antiguo comunista devenido, según propia confesión, en socialista democrático – y que Elizabeth Warren – que se ha ido desplazando lamentablemente a la izquierda – suman una fuerza mayor que la del antiguo vicepresidente. No puede sorprender que, con semejante deriva, nada menos que en la Florida, el partido demócrata esté abogando por estrechar lazos con la Cuba castrista, un paso que ha provocado la más que comprensible y justificada protesta de los demócratas de origen cubano.

Al fin y a la postre, el procedimiento de impeachment de Trump no es el mal sino un síntoma del mal. Trump resulta odioso porque representa al ciudadano de la calle, un ciudadano que no ve razón alguna para subidas de impuestos que benefician, so capa de justicia social, a lobbies bien organizados; un ciudadano que desea mantener la libertad de conciencia y de educación cada vez más amenazadas por la ideología de género; un ciudadano que siente repugnancia ante sistemas como el cubano y el venezolano; un ciudadano que cree en la libertad de mercado y abomina el intervencionismo de las administraciones; un ciudadano que odia la discriminación racial, pero no odia menos el que se favorezca a alguien por pertenecer a una raza minoritaria; un ciudadano que no desea que le robe su país gente que viene huyendo del fracaso de sus países y que luego desea implantar en Estados Unidos un sistema semejante al que llevó a sus países al fracaso luciendo la camiseta con la cara del Che en las manifestaciones públicas; un ciudadano que, resumiendo, desea vivir en libertad, seguridad y paz. Para esos ciudadanos, el socialismo es una pavorosa amenaza. Durante décadas, el partido demócrata fue un lugar de refugio para esos ciudadanos. Ahora, por desgracia, el partido demócrata está empujando a la nación hacia la temida y temible dirección sin ningún escrúpulo incluidos los derivados del respeto debido al presidente, a las instituciones, a la constitución y al pueblo americano.

Photo: whitehouse.gov

 
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